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jueves, 11 de abril de 2013

NUESTROS ADULTOS MAYORES.


Con el transcurso del tiempo, nos vamos haciendo mayores y por un lado, esto significa tener más experiencia de vida, más cantidad de vivencias, esto hace que adquiramos sabiduría, a veces mayor templanza, aprendemos a ser más tolerantes y pacientes y aprendemos a saber esperar, a respetar más al otro, sus ideas, su forma de ser, de pensar, sus actitudes, somos más contemplativos en la mirada que posamos en los demás. Todo esto en el mejor de los casos y siempre que hayamos sido lo suficientemente capaces como para saber sacar provecho de nuestras malas experiencias, de nuestros errores, de nuestros fracasos, de nuestras caídas, que en definitiva son lo que nos permiten crecer como personas.

Sin embargo, no todo es color de rosa. Hacernos mayores también significa ir aceptando nuestras propias limitaciones físicas, nuestra capacidad de aprender cosas nuevas se acota, tenemos menos herramientas para poder adaptarnos al mundo que continúa creciendo tecnológicamente, que va cambiando los patrones y modelos a seguir, que va cambiando incluso lo que antes se consideraba malo o negativo o incorrecto o inaceptable, y ahora pasa a ser moneda corriente, y por lo tanto ya se considera aceptable, esperable. Y adaptarse a estos cambios cada vez nos va costando más porque pone en tela de juicio toda nuestra idiosincracia, nuestros propios modelos, nuestra estructura, nuestra forma de pensar y de encarar la vida.

A medida que nuestras limitaciones crecen, nos hacemos más dependientes de los otros, de nuestros allegados contemporáneos que están tal vez en mejores condiciones, o de las generaciones que nos suceden que aún tienen una mediana edad, pero que cuentan con sus propias obligaciones familiares, laborales, sociales, etc.
Y entonces, nuestros hijos, sobrinos, también deberán adaptarse a este nuevo cambio. Una vez fuimos sus modelos a seguir, fuimos quienes les enseñamos, a quienes arropamos, apapuchamos, nos dedicamos a ellos con mucho amor, les tuvimos paciencia, también les pusimos límites, les marcamos el camino, etc.
Y ahora......son ellos quienes deberán hacer todo esto por nosotros, quienes deberán socorrernos en lo que necesitemos, quienes deberán ser tolerantes con nosotros pero también deberán guiarnos, cuidarnos y estar pendientes de nuestras necesidades para protegernos, porque ya no nos es posible hacerlo por nosotros mismos.
Y este cambio de roles es difícil para todos. Para nosotros y para ellos que van tomando consciencia de lo que significa envejecer, además del arduo trabajo que deben hacer.  El mismo arduo trabajo que una vez hicimos por ellos. La diferencia es que lo hicimos viendo el desarrollo hacia el esplendor de la vida por lo que podemos sentirnos orgullosos de sus logros. Ahora, ellos ven como nos vamos apagando poco a poco para terminar en el destino inevitable para todos: la muerte.

Es importante que desde siempre haya mucha comunicación y diálogo en las familias, entre las distintas generaciones, para que todas las etapas de la vida fluyan, para apoyarnos mutuamente, para que haya confianza, respeto y mucho amor. Ese amor incondicional que todos deberíamos recibir de niños es el mismo que deberíamos dar a nuestros mayores en su última etapa de vida.


Y es necesario que todos los involucrados, toda la familia sea referente para el adulto mayor, todos debemos apoyar y ser apoyados. No se vale recargar a un sólo miembro de la familia en la atención y cuidado de nuestros mayores porque este es un trabajo arduo que desgasta mucho a veces físicamente y también mentalmente.

Tratemos a nuestros niños y a nuestros mayores con respeto y seremos respetados del mismo modo.

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